Érase una vez

Fue gracias a una amiga suya que nuestros caminos se cruzaron. Mis amigos y yo andábamos perdidos, sin rumbo claro, cuando ella apareció casi como una señal en medio del caos. Con una naturalidad que ahora me parece increíble, tomó el papel de guía y nos ayudó a orientarnos por la ciudad. Sin saberlo, también estaba guiando algo mucho más importante.

Empezamos a hablar y el tiempo pareció aflojar su paso. Conversamos durante un buen rato, entre confidencias ligeras y silencios cómodos, mientras la noche seguía su curso alrededor. Había algo especial en su manera de escuchar, en su risa, en cómo todo parecía encajar sin esfuerzo.

Cuando la noche llegó a su fin, fue ella quien me llevó a casa. Un gesto sencillo, pero lleno de significado, como si desde ese primer encuentro ya cuidara de mí. Años después, sigo pensando que no fue casualidad perderse aquella noche, porque perderse fue exactamente lo que nos permitió encontrarnos.

Y..................... hace 4 primaveras llegó El Rey Mochi una tarde de tormenta, envuelto en seda y misterio. Sus ojos, dos lunas serenas, conquistaron nuestro reino al instante. No maulló: decretó. Desde entonces, gobierna con suaves zarpas y mirada sabia. Cada rincón le pertenece, y nosotros, sus fieles súbditos, vivimos para adorarlo.